La máquina
Hoy en día todo el mundo sabe que los turbos hacen
verdadera magia con la potencia y, por si esto fuera poco, también
mejoran la eficiencia. Por este motivo, la sobrealimentación es
considerada algo así como el arma secreta de los motores de gran par
motor y reducción de cilindrada. Hace 40 años, cuando se presentó el
primer deportivo del mundo con motor turboalimentado, todo era muy
distinto. En su papel de nuevo tope de gama de la casa alemana, el
Porsche 911 Turbo debía trasladar la tecnología más pura del deporte del
motor a la calle.
Lo que realmente contaba por aquel entonces era disponer de la
máxima potencia –y el Turbo con su alerón trasero prominente como
característica más llamativa tenía tanto de eso que incluso a los más
fanáticos de Porsche les sudaban las manos. Una potencia de 260 CV a
partir de una cilindrada de tres litros permitía alcanzar una velocidad
máxima de más de 250 km/h y registrar un tiempo de aceleración de 5,2
segundos. Suficiente velocidad máxima como para hacerse con el título de
«deportivo de calle (alemán) más rápido» e incluso suficiente
temperamento para mantener a distancia a la mayoría de los bólidos V12
italianos e ingleses.
En la vida real, el modelo Turbo completamente apto para la vida
cotidiana –como todas las series de Porsche– pronto se convertiría en el
rey del carril izquierdo, siempre que se condujera con cabeza. De lo
contrario, el tremendo impulso hacia adelante que experimentaba el
Porsche más potente inmediatamente después de ese segundo de reflexión
del turbo –un detalle al que costaba acostumbrarse– podía acabar
fácilmente con él en la cuneta. De ahí que la recomendación de Niki
Lauda de que ningún profano debería tocar este coche resultase tan
acertada.
Trendsetter
Claro
que los aficionados, cuyo representante más importante era Ferdinand
Porsche, veían las cosas de otra forma. El máximo responsable de la casa
alemana condujo su 911 Turbo perteneciente a la primera serie sin
ningún problema hasta junio de 1980, momento en el que entró a formar
parte de la colección permanente del museo-taller de Porsche. Sin
embargo, hasta llegar a ese punto todavía quedaba mucho camino por
recorrer partiendo de la presentación mundial en el IAA de Fráncfort en
el otoño de 1973. Por aquel entonces nadie se podía imaginar la
dimensión que llegaría a alcanzar el boom de los turbos desencadenado
por Porsche al año siguiente. Si bien los motores sobrealimentados
habían dejado de ser algo excepcional en el deporte del motor, tan solo
tres marcas –Chevrolet (Corvair Spyder) como Oldsmobile (F85 Turbo
Jetfire) o BMW (2002 Turbo)– se habían aventurado en el mundo de los
vehículos de calle equipados con estas máquinas, y sin ningún éxito.
A esto hay que sumar el estallido de la crisis mundial del petróleo
en el invierno de 1973/74 y los consiguientes y estrictos límites de
velocidad en las carreteras alemanas. Todo esto tan solo parecía avivar
aún más el fuego de las series de Porsche más rápidas de todos los
tiempos. Y como acelerante de este fuego se presentó el 911 Carrera RSR
2.1 Turbo, un modelo que en junio de 1974 se convirtió en el primer
coche de carreras con un turbocompresor de gases de escape y 500 CV de
potencia en las 24 Horas de Le Mans. El resultado del Coupé fue
increíble, quedando en segunda posición y haciéndose con un sitio en el
podio por delante de todo el grupo de prototipos con chasis de
estructura tubular y motores de Fórmula 1
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