miércoles, 3 de julio de 2013

Reportaje: 40 años Porsche 911 Turbo



La máquina

Hoy en día todo el mundo sabe que los turbos hacen verdadera magia con la potencia y, por si esto fuera poco, también mejoran la eficiencia. Por este motivo, la sobrealimentación es considerada algo así como el arma secreta de los motores de gran par motor y reducción de cilindrada. Hace 40 años, cuando se presentó el primer deportivo del mundo con motor turboalimentado, todo era muy distinto. En su papel de nuevo tope de gama de la casa alemana, el Porsche 911 Turbo debía trasladar la tecnología más pura del deporte del motor a la calle.

Lo que realmente contaba por aquel entonces era disponer de la máxima potencia –y el Turbo con su alerón trasero prominente como característica más llamativa tenía tanto de eso que incluso a los más fanáticos de Porsche les sudaban las manos. Una potencia de 260 CV a partir de una cilindrada de tres litros permitía alcanzar una velocidad máxima de más de 250 km/h y registrar un tiempo de aceleración de 5,2 segundos. Suficiente velocidad máxima como para hacerse con el título de «deportivo de calle (alemán) más rápido» e incluso suficiente temperamento para mantener a distancia a la mayoría de los bólidos V12 italianos e ingleses.

En la vida real, el modelo Turbo completamente apto para la vida cotidiana –como todas las series de Porsche– pronto se convertiría en el rey del carril izquierdo, siempre que se condujera con cabeza. De lo contrario, el tremendo impulso hacia adelante que experimentaba el Porsche más potente inmediatamente después de ese segundo de reflexión del turbo –un detalle al que costaba acostumbrarse– podía acabar fácilmente con él en la cuneta. De ahí que la recomendación de Niki Lauda de que ningún profano debería tocar este coche resultase tan acertada.

Trendsetter

Claro que los aficionados, cuyo representante más importante era Ferdinand Porsche, veían las cosas de otra forma. El máximo responsable de la casa alemana condujo su 911 Turbo perteneciente a la primera serie sin ningún problema hasta junio de 1980, momento en el que entró a formar parte de la colección permanente del museo-taller de Porsche. Sin embargo, hasta llegar a ese punto todavía quedaba mucho camino por recorrer partiendo de la presentación mundial en el IAA de Fráncfort en el otoño de 1973. Por aquel entonces nadie se podía imaginar la dimensión que llegaría a alcanzar el boom de los turbos desencadenado por Porsche al año siguiente. Si bien los motores sobrealimentados habían dejado de ser algo excepcional en el deporte del motor, tan solo tres marcas –Chevrolet (Corvair Spyder) como Oldsmobile (F85 Turbo Jetfire) o BMW (2002 Turbo)– se habían aventurado en el mundo de los vehículos de calle equipados con estas máquinas, y sin ningún éxito.

A esto hay que sumar el estallido de la crisis mundial del petróleo en el invierno de 1973/74 y los consiguientes y estrictos límites de velocidad en las carreteras alemanas. Todo esto tan solo parecía avivar aún más el fuego de las series de Porsche más rápidas de todos los tiempos. Y como acelerante de este fuego se presentó el 911 Carrera RSR 2.1 Turbo, un modelo que en junio de 1974 se convirtió en el primer coche de carreras con un turbocompresor de gases de escape y 500 CV de potencia en las 24 Horas de Le Mans. El resultado del Coupé fue increíble, quedando en segunda posición y haciéndose con un sitio en el podio por delante de todo el grupo de prototipos con chasis de estructura tubular y motores de Fórmula 1


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